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Anatomía del ojo

Anatomía del ojo

El ojo es una esfera (Graham y cols. 1965; Adler 1992) de unos
20 mm de diámetro, situada en la órbita y rodeada de seis
músculos (oculares) extrínsecos que lo mueven unido a la esclerótica,
su pared externa (Figura 11.8). En la parte anterior, la esclerótica
es sustituida por la córnea, que es transparente. Por detrás
de la córnea, en la cámara anterior, se encuentra el iris, que
regula el diámetro de la pupila, el espacio por el que pasa el eje óptico. La parte posterior de la cámara anterior está formada por
una lente biconvexa, el cristalino; la curvatura de esta lente está
determinada por los músculos ciliares, unidos por delante a la
esclerótica y por detrás a la membrana coroidea, que recubre la
cámara posterior. La cámara posterior está llena del humor vítreo
, un líquido gelatinoso transparente. La coroides, o superficie
interna de la cámara posterior, es de color negro para evitar que
los reflejos luminosos internos interfieran con la agudeza visual.
Los párpados ayudan a mantener una película de lágrimas,
producidas por las glándulas lagrimales, para proteger la superficie
anterior del ojo. El parpadeo facilita la diseminación de las
lágrimas y su drenaje hacia el canal lagrimal, un conducto que
desemboca en la cavidad nasal. La frecuencia de parpadeo, que
se utiliza como prueba en ergonomía, varía en gran medida
según la actividad realizada (por ejemplo, es más lenta durante
la lectura) y las condiciones de iluminación (la velocidad de
parpadeo disminuye al aumentar la iluminación).
La cámara anterior contiene dos músculos: el esfínter del iris,
que contrae la pupila, y el dilatador, que la ensancha. Cuando se
dirige una luz brillante hacia un ojo normal, la pupila se contrae
(reflejo pupilar). También se contrae cuando se observa un
objeto cercano.
La retina tiene varias capas internas de células nerviosas y
una capa externa que contiene dos tipos de células fotorreceptoras,
los conos y los bastones. Así, la luz pasa a través de las
células nerviosas hasta los conos y los bastones donde, de una
forma todavía no aclarada, genera impulsos en las células
nerviosas que pasan por el nervio óptico hasta el cerebro. Los
conos, cuyo número oscila entre cuatro y cinco millones, son
responsables de la percepción de imágenes brillantes y del color.
Se concentran en la porción interna de la retina, con mayor
densidad en la fóvea, una pequeña depresión situada en el
centro de la retina, en la que no hay bastones y donde la visión
es más aguda. Mediante espectrofotometría se han identificado
tres tipos de conos, con picos de absorción en las zonas amarilla,
verde y azul, de los que depende el sentido del color. Los
bastones, en número de 80 a 100 millones, son más numerosos
hacia la periferia de la retina y son sensibles a la luz débil (visión
nocturna). Asimismo, desempeñan un papel muy importante en
la visión en blanco y negro y en la detección del movimiento.
Las fibras nerviosas, junto con los vasos sanguíneos que
irrigan la retina, atraviesan la coroides, la capa media de las tres
que forman la pared de la cámara posterior, y abandonan el ojo
formando el nervio óptico en un punto ligeramente excéntrico
que, debido a la ausencia de fotorreceptores, se conoce como
"mancha ciega".


Los vasos retinianos, las únicas arterias y venas visibles de
forma directa, pueden visualizarse dirigiendo una luz a través de
la pupila y utilizando un oftalmoscopio para enfocar su imagen
(estas imágenes pueden también fotografiarse). Este examen retinoscópico
forma parte de la exploración médica habitual y es
importante para valorar el componente vascular de enfermedades
como la arteriosclerosis, la hipertensión y la diabetes, que
puede provocar hemorragias y/o exudados retinianos causantes
de defectos en el campo visual.


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