enlaces patrocinados

Enciclopedia de Psicología +1500 temas. Precisa tu búsqueda

Relación entre comportamiento y salud

Personalidad  y enfermedad


No escapa a la evidencia la forma en que algunas personas se recuperan con cierta rapidez de las mismas enfermedades y trastorno que a otras causan largos periodos de convalecencia y/o inconveniencias familiares y laborales. Los datos epidemiológicos predicen que un alto porcentaje de individuos padecerán a lo largo de su vida algún tipo de cáncer, una determinada infección o cierto trastorno mental (Jenick y Cleroux, 1990). Tales hechos ponen de manifiesto la existencia de ostensibles diferencias individuales en la susceptibilidad a la enfermedad, en la respuesta a la misma y en la posibilidad de recuperación. 

Muchas de las enfermedades citadas parecen tener su "marcador genético", de tal modo que el individuo desde su concepción puede estar "programado" para desarrollar alguna de tales enfermedades si en su dotación genética así aparece especificado. Sin embargo, no es menos cierto, si bien poseer ese marcador genético predispone a la persona para desarrollar la enfermedad, en sí mismo no es determinante de ella. 

Es por ello que cobra especial relevancia hallar respuesta a cuestiones tales como, ¿de qué depende que de ente todas aquellas personas que poseen el marcador genético de determinada enfermedad y otras no? ¿qué factores biopsicosociales predisponen o interactúan con la fisiología del organismo para poner en marcha el proceso desencadenante de la enfermedad? ¿La personalidad está asociada con ciertos patrones de respuesta psicofisiológica? ¿Qué patrones psicofisiológicos regulan la predisposición a la enfermedad? ¿Personalidades diferentes se hallan inextricablemente asociadas con enfermedades diferentes? Para estudiar desde una perspectiva científica la relación entre los aspectos psicológicos (personalidad) y fisiológicos del individuo es preciso clarificar los tres aspectos que se hallan implicados en la misma, a saber: qué se entiende por personalidad, qué se entiende por salud y/o enfermedad y, quizás, lo más importante de esta cuestión, averiguar u profundizar en los mecanismos que intervienen en esta interacción (Contrada et al., 1990).


 Los estudios incluidos dentro de esta disciplina sostienen la hipótesis de que el sistema nerviosos central puede influir en la función inmune y que, por tanto, los factores psicológicos están implicados en muchos de los factores causales que afectan la susceptibilidad a la enfermedad. 

Es en este sentido que, a partir del conocimiento actual sobre las influencias neurales y endocrinas que recibe el sistema inmune (Antoni, 1987; Locke et al., 1984; Maier et al., 1994) y del mecanismo de feedback que éste mantiene con el sistema nervioso central (Basedovsky y Sokin, 1977), los estudios realizados en el área de la psiconeuroinmunología pretenden ofrecer una explicación satisfactoria que dé cuenta de las interacciones entre tales sistemas.




Modelos de relación entre personalidad y salud Existen varios modelos explicativos que intentan dar cuenta de las relaciones entre la conducta y salud en los individuos. Un primer grupo de modelos explicativos podríamos caracterizarlos como cognitivos por la importancia que le otorgan a estos aspectos para fundamentar su enfoque. Dichos modelos son el de creencias sobre la salud (Janz y Becker, 1984), el de la teoría de la utilidad subjetiva esperada (Edwards, 1961), el de la teoría de la acción razonada (Ajzen y Fishbein), 1980). 

Sin embargo, problemas genéricos de estos modelos son la escasa capacidad predictiva, los resultados incongruentes que han generado y el excesivo peso que se deposita en las variables cognitivas. Una alternativa a estas propuestas son los modelos centrados en los rasgos de personalidad propuestos por Suls y Rittenhouse (1990), que intentan explicar la relación entre comportamiento y salud a partir de los rasgos temperamentales y de carácter que determinan la forma de actuar de los individuos.

 Básicamente, son tres los modelos que proponen una explicación causal entre personalidad y salud: 

1 la personalidad induce hiperactividad; 
2 predisposición conductual;  
3 la personalidad como determinante de conductas riesgosas. Las características de los mismos las comentamos a continuación.

 Personalidad como inductora de hiperactividad 
Ciertas personas, en virtud de su constelación de rasgos, responden de forma aguda y/o crónica, esto es, de forma puntual y/o permanente, con una reactividad fisiológica exagerada a los estresares. Según este modelo. La reactividad fisiológica está determinada por la evaluación de las situaciones como más estresantes de lo que en realidad son, o bien porque las conductas realizadas por estos individuos producen respuestas simpáticas o neuroendocrinas. Un ejemplo claro de aplicación de este modelo es el patrón de conducta tipo A.

 Los individuos que presentan este perfil de personalidad caracterizado por una implicación laboral extrema, urgencia de tiempo, impaciencia, hostilidad y competitividad, necesitan del éxito y el reconocimiento social de forma constante. La competitividad y hostilidad que los caracteriza delimitan un perfil cognitivo que provoca el desarrollo de sentimientos y percepciones de amenaza lo cual, a su vez, provoca un aumento del aurosal fisiológico que desencadena respuestas tales como el aumento de la presión sanguínea, de la tasa cardiaca y de la secreción de catecolaminas (Adn y NorAdn) con el consiguiente efecto nocivo sobre arterias y vasos sanguíneos. 


Modelo de la predisposición constitucional
 Este modelo, mucho menos estudiado que el anterior, sostiene, básicamente, que las disposiciones de personalidad asociadas con riesgo de enfermedad pueden ser sólo marcadores de alguna debilidad física innata o anormalidades orgánicas que aumentan la susceptibilidad a la enfermedad. Así mismo, el estilo de personalidad puede ser por sí mismo inofensivo (desde una perspectiva de la enfermedad física), pues puede servir meramente para indicar la presencia de alguna anormalidad subyacente que crea el riesgo de enfermedad. 

Los postulados de este modelo son, fundamentalmente dos: 
1. La disposición de personalidad tiene un fuerte origen constitucional. 
2. La predisposición constitucional aumenta la susceptibilidad a los patógenos externos y/o al daño degenerativo de los órganos. 


Desde la perspectiva de este modelo podría explicarse, por ejemplo, que el patrón de conducta tipo A es constitucionalmente hiperreactivo según los hallazgos de Krantz y Durel (1983), quines comprobaron que los sujetos con perfil de personalidad tipo A mostraban mayor reactividad (del sistema nervioso simpático y del sistema adrenomedular), incluso bajo anestesia. 

Personalidad como causante de conductas riesgosas
 Este tercer modelo propone que los rasgos de personalidad confieren mayor riesgo de enfermedad pues exponen a los individuos a situaciones y circunstancias riesgosas. Los tres modelos no tienen por qué constituir explicaciones individualizadas sino que mantienen efectos bidireccionales y recíprocos.

 En este sentido, una disposición genética a la infección puede desarrollar un estilo cognitivo pesimista, lo cual, a su vez, puede llevar al individuo a desarrollar conductas de riesgo.

Este modelo, de gran aceptación en la actualidad, admite que la salud y la enfermedad están multideterminadas, es decir, que las causas que interactúan en los procesos saludables y patológicos son de diversa naturaleza y origen, pues intervienen tanto elementos de macroprocesos (tales como contexto social, ambiente físico, circunstancias socioeconómicas, factores climáticos, etc.) como otros de mricroprocesos (cambios bioquímicos, pensamientos, emociones, etc.). En el presente, se hace hincapié en la salud más que en la enfermedad. La salud se entiende como un proceso-estado que se alcanza cuando hay armonía biológica, psicológica y con el entorno socioambiental.

Este modelo enfoca la atención en los aspectos preventivos y en la promoción de la salud humana, en la importancia de las variables del medio ambiente, tanto físico como social. Además estimula la creación de nuevas estrategias de la relación del ser humano con su entorno, orientadas a crear un futuro más saludable, combinando la elección personal con la responsabilidad social. (Para ahondar más en el modelo biosicosocial revisar la lectura de Labiano, 1995).

 Psiconeuroinmunología como disciplina integradora Un modelo explicativo de la relación que se establece entre conducta y enfermedad propone una conexión entre la activación fisiológica del individuo y el funcionamiento del sistema inmunitario. En los últimos años ha aumentado el interés por investigar en el campo de la psiconeuroinmunología, disciplina que se encarga de estudiar las relaciones entre conducta, cerebro y sistema inmune. La idea básica defendida por la psiconeuroinmunología es que determinadas variables psicológicas pueden ejercer una influencia determinante sobre el sistema inmune (Ader, Felten y Cohen, 1991; Cohen y Herbert, 1996; Bayés, 1991, 1994). 


Existen básicamente, tres vías distintas (Vidal y Tous, 1990) por las cuales se puede intuir una relación entre diferentes tipos de personalidad y respuesta inmunológica:

 1) por la interrelación entre el sistema neuroendocrino y el sistema inmunológico
 2) por la interrelación entre el sistema nervioso central y el sistema inmune.
 3) por medio de la percepción de situación es y estímulos estresantes en las que las características cognitivas ligadas a la personalidad del individuo tiene un papel importante. 

Relación entre el sistema neuroendocrino, sistema nervioso, varia bles de personalidad y respuesta inmune Dentro del emergente campo de la psiconeuroinmunología, varias son las investigaciones que ponen de manifiesto la influencia de factores psicosociales sobre la respuesta d el sistema inmunológico (Ader, Felten y Cohen, 1 991). Uno de los más estudiados ha sido el estrés (véase para una revisión Ader, Felten y Cohen, 1993; Cohen y Williamson, 1991; y Borrás, 1995), el cual, asociado con la secreción de diversas hormonas tal es como los gluco corticoides (cortisol y corticoesterona) cuyos efectos inmunosupresores han sido ampliamente demostrados (Munck y Guyre, 1991), se supone tiene un efecto depresor sobre el sistema inmunológico. Así, encontramos trabajos que se centran en el estrés provocado por situacion es de pérdida (Pettingale, Hussein, Inayat, Tee, 1994), circunstancias laborales (Veranees, Myhre, Aas, Hommes, Hansen y Tonder, 1991), conflictos interperson ales (Kiecolt-Gl aser,  1999), problemas clínicamente amenazantes (Borrás, Bayés y Gasas, 1993), situaciones académicas (Glaser, Pearson, Bonneau, Esterling, Atkinson y Kiecolt-Glaser, 1991).



Relaciones entre comportamiento y salud desde una perspectiva psiconeuroinmunológica 

Los sistemas psicológicos y fisiológicos se interrelacionan, de tal manera que los cam bios en uno afectan a menudo el otro. De hecho, ambos forman un circuito de feedback: los sistemas endocrinos y nerviosos envían mensajes químicos en forma de neurotransmisores y hormonas que aumentan a deprimen la función inmune y, a su vez, células d el sistema inmune segregan sustancias tales como la A CTH que devuelven información al cerebro. Por su parte, éste aparece como el centro de control para mantener un balan ce en la función inmune, y es que una escasa actividad inmunológica deja al individuo al acecho de diversas infecciones y una excesiva actividad inmunológica ocasiona las enfermedades autoinmunes. Los factores psicoso ciales están muy relacionados con el estrés que un individuo experimenta. Se cree que tales factores afectan también a la función inmunológica. Por ejemplo, diversas investigaciones han demostrado que los individuos bajo estrés de larga duración e intensidad, que gozan de una fuerte red de apoyo social, presentan un sistema inmune más eficaz en comparación con otros individuos que soportan el mismo tipo de estrés pero no gozan de ella (Esterlina, Kiecolt-Glaser y Glaser, 1996). Una de las cuestiones que desde la psicología de la salud preocup a a los investigadores es si los estilos de vida pueden afectar el funcionamiento del sistema inmunológico. Existe evidencia que sí. (ver siguiente apartado). E S TILO S DE VID A Y S ALU D La ide a d e uno o varios estilos favoreced ores de l a salud y uno o varios estilos de vida de riesgo para l a salud se ha convertido en el principal estandarte de los defensores de la responsabilidad p ersonal en salud, a la vez que resulta la posi bilida d más directa d e que la psi cología de la salu d exija su protagonismo en el ámbit o de la salud y la enfermedad. Como cualquier pro c eso d e creación d e las grandes ideas 

que terminan por mover el mundo, el proceso de creación del concepto "estilo de vida" ha sido largo pero relativamente simple a partir de un determinado momento. Pariendo de unos cuantos estudios epidemiológicos que establecieron asociaciones en forma de correlaciones, entre ciertos modos o formas de vivir y una mayor duración de la vida y un menor impacto de ciertas enfermedades graves; pernoctando en bastantes análisis concluyentes sobre economía de la salud y el coste de dichos estilos en años de vida perdidos y en calidad de la misma; encontrando en el camino la concordancia entre lo que iba apareciendo como "estilo de vida saludable" y el modelo de vivir que la ideología de la austeridad, de la vida recta y limpia que tan profundamente anida en ciertas culturas persigue como ideal, ha terminado por arribarse a una conclusión tan simple como imperfecta: el estilo de vida es el culpable del deterioro de nuestra salud y de las muertes prematuras, de modo que, si queremos seguir una humanidad sana, la gente tiene que cambiar y vivir de manera distinta para poder seguir vivo muchos años y reducir la morbilidad de enfermedades costosísimas en vida y dinero. Explorando el surgimiento de la actual idea de estilo de vida como responsable de la salud, pueden detectarse estudios pioneros y experiencias que supusieron pistas para la elaboración de los estudios epidemiológicos que dieron comienzo a la socialización del concepto. Por ejemplo, Matarazzo (1984) relata ocasionales estudios de campo de los efectos de ciertas prácticas de vida sobre la salud en algunas comunidades de carácter religioso en las que sus miembros se autoimponen un estilo de vida carente de vicios tales como el consumo de alcohol, tabaco, drogas, café o té, o mantenerse ociosos, así como la práctica de la moderación en la alimentación, el descanso semanal, la práctica de actividades recreativas, el mantenimiento de una actitud positiva y de ayuda a los demás. En este plano socioantropológico, Bergman (1978) relata los estudios de Alexander Leaf sobre los estilos de vida de ciertas comunidades caracterizadas por unas excelentes condiciones de salud y longevidad, quien, tras sus estudios sobre los hunzas, caucasianos y vacabambanos, señaló cinco denominadores comunes: a) la herencia (tener antepasados longevos); b) una dieta escasa (alrededor de dos tercios del promedio de calorías de la dieta estándar actual, y con muy poca carne); c) actividad física mantenida (gente que vive en zonas montañosas y que caminan mucho, trabajan y juegan prácticamente hasta el día de su murete); d) una vida pacífica, 


lenta y relajada (no existen horas), y e) social y sexualmente activos hasta muy avanzada edad. Belloc y Breslow, junto con sus colaboradores, han publicado varios informes acerca del estudio desarrollado por el Laboratorio de Población Humana del Departamento de Salud Pública del estado de California durante los últimos años sesenta y setenta. La primera encuesta sobre hábitos de vida y salud se llevó a cabo en 1965 sobre una muestra de 6 928 personas adultas (Belloc y Breslow, 1972), y fue contuinuada por otra de seguimiento a los cinco años y medio sobre la misma población (Belloc, 1973), y una nueva encuesta de seguimiento realizada en 1974 sobre 4 864 personas de la muestra original (Breslow y Enstrom, 1980). Los resultados de la primera encuesta, (Belloc y Breslow, 1972) indicaron que siete hábitos de vida correlacionaban con un mejor estado de salud en quienes lo practicaban regularmente. Los hábitos saludables identificados fueron: 1. Dormir siete u ocho horas diarias. 2. Tomar desayuno diariamente. 3. No tomar alimentos nunca o casi nunca entre comidas. 4. Mantenerse en el peso adecuado a la altura o próximo a ello. 5. No fumar. 6. No tomar alcohol o hacerlo moderadamente. 7. Llevar a cabo una actividad física regular. El primer estudio de seguimiento confirmó la correlación entre hábitos de vida y salud (Belloc, 1973), mostrando que la proporción de hombres y mujeres para todos los grupos de edad que habían muerto a lo largo de los cinco años y medio era menor para el colectivo de aquellos que mantenían la práctica de los hábitos de salud anteriores, resultando, además, que la relación entre hábitos de salud y tasa de mortalidad era independiente de otras variables tales como nivel socioeconómico. Aproximaciones al concepto de estilo de vida Se pueden detectar tres tendencias o aproximaciones a la consideración del estilo de vida. Por un lado, una tendencia a tratar el estilo de vida en forma genérica, casi periodística o divulgativa; por otro, una tendencia a socializar el concepto de estilo de vida, ampliándolo hasta traspasar los límites estrictos del comportamiento; y finalmente, una tendencia o aproximación que podríamos denominar como pragmática. En el primero de los casos estamos ante la línea de pensamiento fiel a las declaraciones políticas que mencionábamos y que han trasladado a la cultura de masas los datos de los estudios epidemiológicos convirtiendo, por el camino, en ideas de relación causal lo que nació como hecho correlacional. Esta línea de pensamiento se caracteriza por aceptar la idea del estilo de vida como una moral saludable que cae bajo la responsabilidad del individuo, o bajo una mezcla de responsabilidad del individuo y de la administración pública, según el ámbito cultural. De esta forma de pensar sobre el concepto de estilo de vida, ha terminado por fabricarse desde las organizaciones oficiales responsables (OMS, administraciones públicas de salud…) un nuevo paradigma de salud pública (p. Ej., Afifi y Breslow, 1994; Frenk, 1994; McGinnins, 1991) dominante en el mundo industrializado y en fase de exportación al mundo en desarrollo que proclama la prevención de las enfermedades a través del cambio en los estilos de vida de la población. Sin embargo, el peligro inherente a esta perspectiva es su excesiva concentración sobre la responsabilidad individual y su falta de sensibilidad (salvo contadas excepciones) sobre las circunstancias supraindividuales que pueden estar moldeando y manteniendo estilos individuales de vida insalubres. En lo referente a la socialización del concepto, esta línea de pensamiento ha querido enfatizar la idea apuntada de que el constructo estilo de vida no se refiere exclusivamente a una cuestión de hábitos personales de vida, sino que tiene también que ver con la forma como las sociedades organizan el acceso a la información, a la cultura y la educación, y a la propia salud y sus determinantes, según los diferentes grupos sociales (Kickbusch, 1995).

 Entendida en esta dimensión social, la relación estilos de vida/salud implica "conocimientos, competencias y actuaciones en esferas políticas tales como la política de precios e impuestos, la regulación de advertencias en productos nocivos, los derechos de los consumidores, los acuerdos con instituciones sociales y organizativas sobre los objetivos sociales, y los derechos humanos" (Kickbusch, 1995, p. 1). 

Desde este punto de vista, los estilos de vida son un asunto de interacción entre responsabilidad individual y responsabilidad política del estado, al entender que no es el individuo el único responsable de, por ejemplo, morir por cáncer de pulmón tras cuarenta años como fumador… En resumen, más que intentar cambiar sólo el estilo de vida, se trataría de operar el cambio en éste mediante el cambio de las condiciones de vida. 

Por último, habíamos señalado también la existencia de una tendencia o aproximación pragmática al concepto de estilo de vida. Su posición es sencilla. Al margen de la discusión sobre el concepto como tal y sus derivaciones sociales y políticas, parece claro que numerosos datos indican que ciertas formas de hacer, decir y pensar parecen ir mejor para la salud que otras. Obviando en cierto modo la discusión sobre el concepto global, numerosos autores e investigadores llevan años aportando datos sobre relaciones salud-comportamiento. Las definiciones del estilo de vida que surgen de esta aproximación buscan más s operacionalización, y en este caso, la característica común es el enfoque sobre ciertas pautas de comportamiento cuyo efecto es la promoción de la salud o la potenciación de los riesgos. El énfasis sobre salud o riesgos varía de autor a autor, de modo que resulta corriente encontrar un uso preferente de términos como conductas de salud, conductas preventivas (p. ej. Kasl y Cobb, 1996; Kirsht y Guten, 1983) y conductas de riesgo, que dejan implícito el más abstracto término de estilo de vida. Patrones y pautas de comportamiento relacionados con la salud Al margen de la discusión sobre el concepto de estilo de vida saludable, numerosos aspectos o pautas de comportamiento han sido consideradas como protectoras o promotoras de salud en sí mismas. La información llegó en origen preferentemente de estudios epidemiológicos que mostraron ciertas asociaciones entre salud y algunas prácticas de vida, y entre salud y ciertas formas de comportamiento agrupadas en constructor cognitivos. Estos últimos tienen que ver con estilos de personalidad que se han visto asociados al mantenimiento de la salud u otro tipo de fenómenos referidos más al cómo se hacen las cosas, y a qué se piensa sobre las cosas, que a qué cosas se hacen. 

En las que se encuentran: Sentido de coherencia Antonovsky trató de analizar qué tipo de diferencias individuales hacían posible que, de entre un determinado número de personas sometidas a similares condiciones estresantes, algunas de ellas llegasen a desarrollar algún tipo de patología mientras que otras permanecían saludables. Sus estudios le llevaron a desarrollar una hipótesis según la cual las personas que tienen sentido de coherencia en sus vidas fuerte y bien integrado están mejor preparadas para no verse afectadas por los  agentes patógenos de naturaleza psicológica o microbiológica que aquellas otras que carecen o tienen menor sentido de coherencia en sus vidas.

 De sus planteamientos se desprende, a modo prospectivo, que una persona con alto de sentido de coherencia se considerará a sí misma capaz de manejar los problemas que surjan, siendo también capaz de tratar con éxito las situaciones y eventos estresantes que amenazan su salud. Por el contrario, un bajo sentido de coherencia se verá asocia do con poca salud. Fortaleza Por otro lado, Rodin y Salovey (1989) agruparon bajo el descriptor disposiciones fortalecedoras diversas características de personalidad manifestadas de forma general en la disposición del individuo a responder, o enfrentarse, a las dificultades que se le presentan d e forma optimista, firme, persistente y flexible, lo que produciría como resultado un mejor mantenimiento de la salud y evitación de la enfermedad. Entre dichas disposiciones incluían el concepto de fortaleza de carácter, vigor o firmeza (Kobasa, 1982), el de optimismo (Scheier y Carver, 1985) y el de autoeficacia percibida (Bandura, 19777, 1982a). 

En concreto, dicho estilo de personalidad actuaría propiciando valoraciones cognitivas optimistas que amortiguarían los efectos nocivos del estrés, "de forma que los eventos puedan ser vistos en perspectiva, y como no siendo tan terribles después de todo" 
(Kobasa, Maddi y Courington, 1981).

 Control/sensación de control Uno de los componentes del constructo anterior, el componente control nos permite introducirnos en otra de las características disposicionales que, por sí misma, ha recibido atención en psicología de la salud como un elemento relacionado beneficiosamente con la salud. Desde la publicación de los estudios pioneros en la aplicación del concepto de control (entendido como la posibilidad de elección y desempeño de responsabilidad) como variable positivamente relacionada con la salud (Langer y Rodin, 1976; Rodin y Langer, 1977) el estudio del control o la sensación de control y su relación con la salud ha tomado diversos derroteros. Varios estudios han informado que una sensación de control en general, y de control sobre el trabajo en particular, influyen indirectamente en la morbilidad y la mortalidad a través de su impacto sobre las conductas relevantes para la salud (Ca plan y cols., 1975; Con way y cols., 1981; Wickrama, Conger y Lorente, 1995). También relacionado con este ámbito de estudio de control y salud, está el concepto de locus de control como un intento de formulación psicológica más elaborado. Primero Levenson (1973) y luego Wallston, Wallston y DeVellis (19 7 8) señalaron tres dimensiones o "locus de control" relacionados con la salud:
 1) un locus de control interno, basado en l a creencia de que la salud está determinada por la propia conducta; 
2) un locus de control externo, basado en la creencia de que el mantenimiento de la salud depende de otros "poderosos", en concreto de l os profesionales de la salud.
3) descontrol o control del azar, basado en la creencia de que la propia salud es una cuestión ampliamente debida al azar, y que Levenson (1973) denominó externalidad debida a la suerte. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Tu opinión es la más importante!

Revista Psicología - Temas muy visitados