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La influencia de la estructura social: el caso de las relaciones de género. (Isabel Cuadrado Guirado).

 La mayoría de las sociedades actuales presentan como rasgo estructural la dominancia masculina. Esta estructura asimétrica de las relaciones de género, en la que los hombres ocupan una posición dominante y las mujeres una subordinada, condiciona numerosos aspectos de las relaciones entre hombres y mujeres. En otras palabras, la estructura social, con su claro dominio de lo masculino sobre lo femenino, determina en gran medida las relaciones entre sexos. 

Dos fenómenos bien diferenciados ilustran con claridad esta situación: el sexismo que se ejerce contra las mujeres y el "enmudecimiento" de éstas. El sexismo y su legitimación por la estructura social La estructura de las relaciones intergrupales entre hombres y mujeres pone en marcha la legitimación de sistemas de creencias destinados a justificar las posiciones relativas y las relaciones de los grupos sociales (Sidanius y Pratto, 1999). Estos sistemas de creencias sirven como sustento del sexismo ambivalente. Según la teoría de sexismo ambivalente (véase, por ejemplo, Glick y Fiske, 2001b), en la actualidad el sexismo tiene un componente hostil y otro benévolo: 


• El componente hostil hace referencia al sexismo tradicional, basado en una supuesta inferioridad de las mujeres como grupo. 

• El sexismo benevolente expresa un deseo por parte de los hombres de cuidar a las mujeres, protegerlas, adorarlas y "situarlas en un pedestal". Es un tipo de prejuicio hacia las mujeres basado en una visión estereotipada y limitada de la mujer, pero con un tono afectivo positivo y unido a conductas de apoyo. Para mostrar la actuación del rasgo estructural al que se hizo alusión al principio de este apartado (la dominancia masculina), es necesario señalar cómo esta dominancia subyace a las dos formas de sexismo y a cada uno de sus componentes. 

Dominancia masculina y sexismo hostil La dominancia masculina genera estereotipos acerca de la superioridad de los varones en un conjunto de rasgos de estatus (por ejemplo, independencia, autosuficiencia, competencia, racionalidad) que conforman la dimensión social de competencia. La creencia complementaria según la cual los grupos subordinados no poseen estos rasgos da lugar al sexismo hostil (Glick y Fiske, 2001b). 

Éste se agudiza en las relaciones grupales claramente competitivas donde se manifiestan con toda su crudeza las diferencias de poder. Dominancia masculina y sexismo benevolente Ahora bien, el hecho de que hombres y mujeres sean interdependientes en la sociedad y, por tanto, mantengan relaciones de cooperación, explica que surja una segunda forma de legitimar la superioridad masculina. La convergencia de los intereses del grupo dominante (hombres) con los del grupo subordinado (mujeres) genera una nueva ideología justificadora de la situación estructural, ideología que ahora ya no es hostil, sino benevolente, y que consiste en caracterizar al grupo subordinado como superior en la dimensión social afectiva (Ridwegay, 2001a). 

Los rasgos afectivos (por ejemplo, confiado, comprensivo, sensible a las necesidades de los demás) constituyen los rasgos de deferencia y subordinación, de forma que, cuando se exhiben socialmente, ceden el poder a los miembros de los grupos que presentan rasgos asociados con la competencia (Ridgeway, 2001a). 

Paternalismo dominante En las actitudes hacia las mujeres, la manifestación ideológica del patriarcado es el paternalismo, la justificación de la dominancia masculina. El componente hostil de esta ideología es el "paternalismo dominante", la creencia de que los hombres deberían tener más poder que las mujeres y el correspondiente temor de que las mujeres podrían usurpar el poder de los hombres.


 Esta actitud aparece en: 
• En el dominio público, por ejemplo, cuando las mujeres experimentan más discriminación en el trabajo. 

• En el ámbito privado, por ejemplo, en la creencia de que el hombre, y no la mujer, es quien ha de tomar las decisiones importantes en una relación heterosexual. Al paternalismo dominante le acompaña la "hostilidad heterosexual", que se refiere a la creencia de que las mujeres son peligrosas para los hombres y manipuladoras. A ello se suma que también la interdependencia entre hombres y mujeres tiene un lado hostil. Debido a su bajo estatus, el grupo subordinado es estereotipado con rasgos de inferioridad e incompetencia. Así, la "diferenciación competitiva de género" se basa en la creencia de que, como grupo, las mujeres son inferiores a los hombres en dimensiones relacionadas con la competencia. Paternalismo protector Es la creencia de que los hombres deben proteger y mantener a las mujeres que dependen de ellos. 

Se extiende a las relaciones de género: 
• Públicas, por ejemplo, en las emergencias hay que atender antes a las mujeres que a los hombres. 
• Privadas, por ejemplo, el hombre de la casa es el principal sostén y protector de la familia. El componente benévolo de la hostilidad heterosexual es la "intimidad heterosexual", basada en la complementariedad y cooperación. Finalmente, en la estructura social las mujeres están asociadas con el desempeño de actividades domésticas y de cuidado de los niños (tareas que requieren rasgos comunales —por ejemplo, afecto y comprensión—) y están infrarepresentadas en puestos de liderazgo (que requieren rasgos agénticos —por ejemplo, independencia y autoconfianza—) (Eagly, Wood y Diekman, 2000). 


De este modo, los roles convencionales de las mujeres complementan y cooperan con los de los hombres: el trabajo de las mujeres en la casa permite a los hombres concentrarse en sus carreras. Esta interdependencia de roles de género convencionales crea la actitud subjetivamente benevolente de "diferenciación complementaria de género", una creencia basada en que las mujeres son el mejor sexo, pero sólo en los roles de menor estatus. 

A continuación, abordamos un fenómeno diferente, el sistema de comunicación verbal, pero en el que de nuevo se pone de relieve cómo la estructura social legitima la posición subordinada de la mujer. La estructura social legitima el silenciamiento de las mujeres: la Teoría del grupo enmudecido La dominancia masculina ejerce su influencia también en el sistema del lenguaje, originalmente ideado por los hombres para representar sus propias experiencias. Como consecuencia, las mujeres tienen que describir sus experiencias a partir de un lenguaje creado por el grupo dominante, lo que limita las descripciones de sus vivencias y, por tanto, disminuye su elocuencia.

 Éste es, en pocas palabras, el argumento básico de la Teoría del grupo enmudecido, cuyo origen se encuentra en el trabajo de las antropólogas sociales Edwin y Shirley Ardener en 1975 y 1978. Según estas autoras, los miembros de cualquier grupo subordinado (por ejemplo, las mujeres, los pobres, la gente de color) tienen que aprender a desenvolverse en el sistema de comunicación establecido por el grupo dominante. De este modo, las mujeres (grupo en el que nos centraremos) están silenciadas y convertidas en oradoras poco elocuentes. Kramarae (1981), partiendo del trabajo de Ardener y Ardener (1975, 1978), identifica tres presupuestos de la teoría que, a nuestro juicio, demuestran específicamente cómo las relaciones estructurales entre el grupo dominante (hombres) y el grupo enmudecido (mujeres) influye en el sistema de comunicación (West y Turner, 2005):

1. La división del trabajo (la mujer en el hogar y el hombre en la vida pública) es responsable de que hombres y mujeres perciban el mundo de modo diferente por las diferentes actividades y experiencias que tienen cada uno. 

2. Debido a la dominación política de los hombres en la estructura social, se les da preeminencia a sus percepciones y experiencias frente a las de las mujeres. De este modo, las mujeres tienen que subordinar sus propias experiencias, si quieren tener éxito social. 

3. La dominación masculina en el sistema de comunicación obliga a las mujeres a desarrollar un engorroso proceso de traducción al hablar, si no quieren que su elocuencia se vea perjudicada. 

En la teoría se defiende que un cambio del estatus quo podría reducir o, incluso, acabar con el enmudecimiento femenino. Algunas de las estrategias propuestas son: crear un lenguaje descriptivo que retrate las experiencias de las mujeres, o valorar y celebrar el discurso de las mujeres. Si bien la Teoría del grupo enmudecido no está exenta de críticas (por ejemplo, insuficiente contrastación empírica, existencia de diferencias intragrupales, existencia de mujeres muy elocuentes), no deja de ser una demostración de la influencia de la dominación masculina y de sus consecuencias en el sistema social.  

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